martes, 4 de diciembre de 2012

Mar

Sin zapatos y pasear, con la arena entre los dedos, con el agua en los tobillos, cada ola que roza mi piel hace recorrer un escalofrío por todo mi ser.

Viene una gran ola, un salto hacia atrás y listo, apenas me alcanza ese ataque infernal, un poco más adelante una caña de pescar rota, me acerco, la observo, mi imaginación vuela hacia el pasado buscando un dueño adecuado para el artilugio, al mirar al horizonte un barco, mis pensamientos se interrumpen bruscamente, corro hacia las rocas.

Con el espigón como atalaya y unas piedras como muralla ante los incesantes ataques del mar, observo la pequeña embarcación de vela mecida por el viento frío del atardecer en invierno, miro a mi alrededor, dos niños corren a por una pelota en la playa, una madre con su hijo caminan por el paseo, y yo... me quito la chaqueta, la camiseta, los calcetines, los pantalones y me fundo con el agua que baña la costa, punzadas de frío recorren todo mi cuerpo, me agarro a una roca y salgo.

Una manta de una mano amiga me cubre, el frío ha pasado, ya solo queda la felicidad del momento, el sol se esconde bañando el agua de color naranja, vuelta a casa, pero ya no estoy sola, me acompañan el mar, el sol y quien me apartó del frío.